Vivimos en un mundo de marcas. Es francamente difícil ser anti marquista;
posiblemente estés leyendo estas líneas desde un HP, o un Mac, o un Assus,
o un Samsung, un HTC, un iPad... Tal vez lo hayas impreso con una impresora
Ricoh, o Canon o Minolta.
Hemos llegado al punto de ser marquistas con marcas blancas: “Yo sólo
compro el champú anti caspa de Mercadona”. ¿Qué?, ¿Es que Mercadona no
es una marca? ¿Y Zara? ¿Y El Corte Inglés? ¿Y Carrefour? ¿Y Sainsbury’s?
¿Y Tesco? ¿Y Wal-Mart? ¿Y Falabella?
Si asumimos este irremediable carácter marquista de la sociedad en que
vivimos nos tendremos que preguntar si nosotros mismos somos en realidad
marcas. ¿Por qué no? ¿Suena mal? ¿No es una marca una propuesta de
valor? ¿Y tú, no ofreces una propuesta de valor?
Nos guste o no, detrás nuestro hay una marca personal, una propuesta de
valor que bien trabajada puede llegar a ser única, relevante, notoria, atractiva,
eficaz... tanto en el campo personal como en el profesional. Esa música
suena bien, pero elaborar la partitura lleva tiempo.
Las marcas compiten. Es inevitable. Cuando elegimos una marca o un
modelo de televisor antes hemos analizado varios modelos y marcas de la
competencia. Algo nos lleva a la elección final. No siempre es el precio. No
siempre son las prestaciones. A menudo es la empatía que sentimos con la
marca lo que nos convence. A menudo es una suma de factores.
Con las personas pasa lo mismo. Competimos constantemente. A veces,
inconscientemente. Y no siempre salimos bien parados de estos procesos de
selección. La crisis económica que vivimos desde hace unos años nos ha
enseñado que ya nada volverá a ser igual: los procesos de cambio y evolución
constante serán parte de la identidad de las marcas.
¿Dejar huella o pasar desapercibido? En un mundo de 7.000 millones de
personas, diferenciarse no es una opción, es una necesidad. Si quieres dejar
huella, te invitamos a seguir leyendo.
Fuente: soymimarca.com
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