Resulta innegable que cada innovación docente, como la mayoría de las
innovaciones, surgen por una demanda social. Y tal demanda sucede por un cambio
o una consecución de cambios que experimenta la sociedad a los cuáles nos vamos
o nos debemos ir adaptando. En el momento actual que vivimos parece que la
escuela tradicional que conocemos –donde el protagonismo recae en el docente, los
estudiantes trabajan en el día a día de manera individual, siendo en muchos casos
competitiva, y donde la interacción entre los mismos está mayormente penalizada–
no está respondiendo a las necesidades propias de una sociedad global,
multicultural y diversa como es la actual.
Es en este instante donde surge el
aprendizaje cooperativo (AC) como una opción metodológica nueva que intenta
adaptarse a la realidad cambiante y a las necesidades de los estudiantes que hoy
en día se encuentran en las aulas y que, obviamente, no son los mismos jóvenes
que hace unas décadas.
Hace tiempo que en el desarrollo del Espacio Europeo de Educación Superior
(EEES) se brinda especial atención a la metodología educativa como camino para la
consecución de objetivos del desarrollo íntegro de los estudiantes como
profesionales cualificados y ciudadanos responsables, capaces de atender e
interactuar con las necesidades de la sociedad presente y futura y, de manera
singular, a la innovación educativa.
En paralelo a estas vías de reflexión, cabe
destacar que para impulsar un cambio fiel a las demandas sociales es interesante
realizar un cambio de perspectiva a los modelos educativos, de manera que, como
profesionales, nos encaminemos hacia el aprendizaje versus la enseñanza; como
bien recoge la Declaración de la UNESCO (1998) manifestando que la educación
superior tiene que adaptar sus estructuras y métodos de enseñanza a las nuevas
necesidades. “Se trata de pasar de un paradigma centrado en la enseñanza y la
transmisión de conocimientos a otro centrado en el aprendizaje y el desarrollo de 3
competencias transferibles a contextos diferentes en el tiempo y en el espacio”.
Esto
supone un esfuerzo y dedicación extra por parte del profesorado con la motivación
de obtener mejores rendimientos de los estudiantes (Gandía y Montagud 2011),
entendiendo el rendimiento como un concepto amplio donde no sólo se dé
importancia a una calificación numérica, sino a un proceso de aprendizaje que
permita al estudiante un desarrollo de competencias, habilidades y actitudes que le
preparen para la sociedad futura con la interactuarán y formarán parte.
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